En Tiempos Modernos, la magistral película de Chaplin, la gran fábrica se nos presenta como la catedral de los nuevos tiempos: inconmensurable, portentosa, sacrosanta; los obreros transitan por ella silenciosos y sobrecogidos. La organización científica del trabajo lleva a una experimentación constante, por lo que se incrementan los ritmos hasta los límites de las capacidades; la parodia de la medida del tiempo de trabajo nos viene con el artilugio con el que se pretende alimentar al obrero mientras trabaja; la metáfora sobre la nueva organización del trabajo la encontramos en la memorable escena en la que un trabajador es engullido, digerido y escupido por los inmensos engranajes de la maquinaria. Al fin, el brutal ritmo de trabajo puede con nuestro tierno héroe, al que se le va la cabeza y es despedido. Lo que le espera fuera es un mundo de paro, hambre y miseria, y en-tre tanta desolación sólo el amor le ofrece un refugio último a su humanidad. Aún así, la escena final de la película nos sugiere un futuro amoroso de mucho pan y pocas cebollas.
La película es una crítica al taylorismo, a una organización del trabajo que deshumaniza hasta el punto de pretender convertir al obrero en una máquina servidora de otra máquina, y los tiempos modernos no eran otros que los del capitalismo joven y rampante, la industrialización, los comienzos de la producción en serie y el desarraigo, la pobreza y la desesperanza del proletariado. Ochenta años después, en un Occidente que brilla por su paz social, su ímpetu productivo, su tecnología y su capacidad de consumo, esta estampa de la historia social parece un mal sueño.
Para el taylorismo, que surgió cuando la expansión de los mercados permitió la producción en se-rie y la incorporación de máquinas especializadas, el trabajador debía limitarse a la ejecución de las tareas que se le asignaban; disociada la programación del trabajo de su ejecución, poco impor-taban la vocación o las actitudes, lo que contaba era la aptitud, el rendimiento, el incremento de la productividad: Ford, el padre de la cadena de montaje, resumía la filosofía taylorista cuando se quejaba de tener que contratar a todo el trabajador, cuando de él sólo necesitaba sus manos. Así pues, bajo una organización taylorista o fordista pura, el trabajador sólo estaba obligado a cumplir con los objetivos asignados a la producción, y todas sus preocupaciones se dirigían a mejorar su remuneración y sus condiciones de trabajo. Actualmente, estos tipos de organización están siendo suplantados o completados por los principios de la producción flexible y la calidad, lo que sin re-nunciar al incremento permanente de la productividad supone un cambio radical en la forma de gestionar la mano de obra o, si queremos, los recursos humanos.
El héroe de Tiempos Modernos sucumbía, presionado por la amenaza del desempleo y la pobreza extrema, a los estragos que produce un trabajo sin contenido, mecánico, aislado y sometido a una autoridad dictatorial; su amor es una concesión de Chaplin al romanticismo, ya que en general su destino era el embrutecimiento y el alcoholismo.
El héroe de nuestros tiempos sucumbe, ante un mundo de valores resquebrajados y la amenaza de la exclusión social, a la degradación de sus condiciones de trabajo; entre la rotación laboral, la precariedad, el reciclaje profesional, la búsqueda de unos ingresos suficientes y la merma de la protección social, su vida laboral le acerca a la picaresca; la desarticulación de su clase le ha pri-vado de un "nosotros", y su debilitada identidad expresa el desasosiego y el sufrimiento a través de la depresión, la ansiedad y el estrés.
Aquí os dejo un vídeo, en el que salen escenas de la película con su vinculación al taylorismo.
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